Fuente: BBC.
El pequeño Albeiro, de apenas 8 años de edad, le estaba enseñando a leer y escribir a un adulto mayor cuando el periodista francés Tony Comitti lo vio por primera vez en su natal Bucaramanga, en el norte de Colombia.
Comiti llevaba ya años cubriendo la tumultuosa Colombia de finales de los 80 para uno de los principales canales en Francia, cuando, casi por casualidad, dio con la historia de un niño que vivía en la pobreza y que, en vez de salir a jugar después de terminar las clases, se iba por las casas de su barrio y buscaba a ancianos que necesitaran ayuda.
«Yo estaba en la peluquería. ¿Así es que se dice?», le dice Comiti a BBC Mundo luego de haberse excusado por su «español oxidado». «Vi su historia en el diario El Tiempo, pensé que sería una historia positiva, algo que ayudaría a motivar a las personas».
Lo que Tony no sabía en ese momento, hace ya más de 30 años, era que su encuentro con Albeiro iba a impulsar todo un movimiento de apoyo y reconocimiento internacional que actualmente se refleja en una fundación que ayuda a casi 500 ancianos en estado de vulnerabilidad del departamento de Santander.
Pero la historia de Albeiro Vargas, ese niño que los medios en Colombia llamaron en su momento «El ángel del norte», no empieza en Bucaramanga.
Empieza, como muchas otras en el país, en el campo, con el drama del desplazamiento forzado.
Escapar de la violencia
Antes de que Albeiro naciera, sus papás vivían en el norte del departamento de Santander, cerca del centro urbano de Puerto Wilches.
Se dedicaban al campo con sus cuatro hijos cuando comenzaron a llegar amenazas tanto de grupos guerrilleros de izquierda como de paramilitares de derecha.
«Junto con mi papá, mi mamá decide huir y salir corriendo para proteger a mis hermanos mayores con tal de cuidar su vida, que no se fueran a ir a los grupos armados. Y así llegan ellos a una zona de invasión en el norte de Bucaramanga», le cuenta a BBC Mundo Albeiro, quien con 45 años aún mantiene intacta la picardía infantil del niño que conmocionó a los periodistas internacionales hace más de 30 años.
«Eran montañas de basureros y allí mi mamá y muchas otras familias más llegaron a invadir con cartones».
«Mi mamá logra construir su ranchito, logra empezar a vender cositas en el barrio, hacer arepas. Se convierte empíricamente en enfermera por la experiencia que tenía inyectando vacas y curando gallinas y marranos, cuando los animales se enfermaban en el campo».
Albeiro llegó en 1978 a esa vida, una llena de carencias pero, ante todo, llena de amor y valores, según le dice a BBC Mundo.
«Fue una infancia difícil, en una zona difícil: todos los días se escuchaban gritos de maltrato de papás a sus hijos y esposos a sus esposas», recuerda.
«Pero también pudimos ver en mi casa una mamá protectora, una mamá que todos los días nos daba un pan para cada uno, y que nos enseñaba a tener que decir ‘gracias’.
«Esos valores tan importantes que se inculcan en la familia y que no son cuestión de dinero: dentro de la riqueza o de la pobreza, son cuestión de actitud».
La vejez
Albeiro alcanzó su sexto cumpleaños con noticias: su abuelo, el papá de su papá, llegaría a vivir con ellos en el rancho de las laderas en el norte de Bucaramanga.
Había tenido que dejar el campo también, pero en su caso por cuestiones de salud.
«Él trabajaba hasta que le diagnosticaron un cáncer. En ese entonces no había la posibilidad de ir a un hospital. La seguridad social era muy difícil», recuerda Albeiro.
«Entonces, mi mamá lo atendía con los remedios caseros de la época, a su suegro, y con qué amor lo hacía, con qué compasión lo bañaba, lo vestía, le daba un cafecito mientras yo veía«.
Albeiro comenzó simplemente llevándole el café a su abuelo, pero poco a poco, la relación entre ambos empezó a germinar.
«Le enseñé los números del uno al diez, y las vocales. Me convertí en su profesor, porque todo lo que me enseñaban en la escuelita a los 7 años, yo se lo enseñaba a mi abuelo. ¡Y le exigía como alumno y lo regañaba cuando no hacía las tareas!».
Albeiro cuenta que dado lo peligroso que era el barrio -expuestos a la prostitución, las drogas y, sobre todo, a los grupos armados ilegales-, su mamá era sobreprotectora, con lo cual, su abuelo de 87 años se convirtió en su mejor amigo.
«Era a quien le contaba todo y a quien le escuchaba todas sus historias», evoca.
A los pocos meses, el cáncer dejó a Albeiro sin su abuelo, y con un gran dilema que tenía que resolver de alguna manera.
Jugando en serio
Con la reciente muerte de su abuelo, Albeiro enfocó su atención en buscar quién podría ser su nuevo compañero de juego.
«Apenas se murió mi abuelo, me fui a donde una abuelita vecina y le dije: ‘Abuelita, quiero jugar con usted’. Y me dijo: ‘No, usted lo que quiere es robarme y burlarse de mí'».
Las difíciles circunstancias de seguridad en el barrio hacían que cualquiera estuviera alerta ante la llegada de un extraño, más si la persona que recibe la visita está en la tercera edad y está en situación vulnerable.
Por lo tanto, Albeiro diseñó un plan: se acercaría a una de las ancianas con la petición de «querer jugar, pero además, aprender a rezar el rosario», una oferta irresistible para una tradicional abuela santandereana.
Además, el truco vino con valor agregado: «Me convertí en el mejor rezandero de todo el barrio», recuerda con orgullo Albeiro.
«Cada vez que alguien se moría, me contrataban para rezar el rosario y así fue como me di a conocer en el barrio».
Esto le abrió las puertas a las casas de los ancianos de su vecindario, y a las historias dramáticas que los acompañaban.
«Llegué a la casa de una abuelita de ciento y pico de años. Eran las 3:00 de la tarde. Y yo llegué a saludarle, a buscar su amistad y me di cuenta de que la abuelita tenía la boca llena de colillas de cigarrillos», cuenta Albeiro, con la frescura del recuerdo como si hubiera ocurrido ayer.
«Yo recuerdo que la regañé y le dije: ‘Abuelita, ¡no sea puerca! Eso le va a hacer daño’. Y la abuelita con una lágrima en su cara me dice: ‘Tengo mucha hambre, no he comido nada'».
«Créame que en ese momento yo sentí impotencia. Sentí como muchas ganas de correr, de hacer algo y sí, corrí a robarle un pan a mi mamá, a robarle porque yo sabía que mi mamá tenía muchas dificultades para darle de comer a 8 hijos. Se lo llevé a la abuelita y me dice: ‘Pero no tengo dientes para masticar'».
«Cogí un poquito de agua, y le di el pan con agua. Tengo el momento grabado. Y creo que ese ha sido el éxito de mi vida: si hay una idea en mi mente, me la maquino».
«El ángel del norte» en acción
Cuando la mamá de Albeiro encontró quién se había estado robando los panes de la cocina, le dio a su pequeño un termo, que podría llenar con café y repartirles a los abuelitos en las mañanas, antes de irse a estudiar. A algunos les repetía la visita en la tarde.
«Fue así que para cuando yo tenía 8 años, ya tenía unos 20 amigos de entre 70, 80 y 90 años», recuerda Albeiro, reconociendo que se había convertido en una responsabilidad muy grande para él solo.
«A veces los abuelitos me reclamaban: ‘A ver, niño Albeiro, ayer no vino y me quedé esperándolo’. Y se volvió demasiado para mí. Fue cuando decidí conformar mi primera junta directiva».
Albeiro explica que su solución consistió en acudir a otros niños de la escuela para que lo ayudaran en sus labores con los ancianos, y que esa agrupación se conformara como se lo habían explicado en la escuela.
«En una materia que se llamaba Sociales le enseñaban a uno sobre el ejecutivo, el legislativo, la junta directiva, las labores del presidente, del secretario», explica.
«Precisamente aquí tengo los cuadernos”, le dice a BBC Mundo desde su oficina en Bucaramanga, «donde escribíamos las actas de la junta, los compromisos, los menús de lo que le llevamos de comida a los abuelitos, la contabilidad cuando la gente me regalaba 100 pesos y así».
La historia del «ángel del norte» siguió creciendo hasta que llegó a oídos del periodista Euclides Ardila, quien publicó su historia en el periódico local Vanguardia Liberal. Con eso la historia se hizo nacional y luego cruzó fronteras.
Avistamiento de ángeles
Desde la silla de la «peluquería» en la que leyó por primera vez la historia, el periodista Tony Comitti dice que empezó a planear cómo haría el reportaje.
«Pensé en pasar 3 o 4 días con el niño. En esa época no había internet ni móviles, así que la única manera de contactar al niño era ir a buscarlo», le dijo a BBC Mundo.
«Llegué a Bucaramanga con mis cámaras, con mis equipos y me subí en el taxi. Cuando le dije al taxista a dónde iba me dijo que estaba loco y que me iban a robar, pero yo le dije que siguiera adelante».
Cuando llegó al sitio donde vivía Albeiro, Comitti dice que solo tuvo que preguntarle a una persona: «¿El ángel? Claro, vamos, lo llevo».
La primera vez que vio a Albeiro, dice, el niño de 8 años le estaba enseñando a un adulto mayor a leer y escribir.
«Fue muy impactante verlo y me dijo que lo podía seguir, y eso hice y durante los siguientes tres días lo vi hacer cosas absolutamente increíbles».
El reportaje que Comitti había planeado inicialmente que fuera de 3 o 4 minutos se convirtió en un documental de casi media hora en el cual mostró a Albeiro haciendo lo que lo había hecho famoso: el niño aparece yendo de urgencia al banco para pagar el arriendo de una abuela a la que van a desalojar de su casa; también se le ve recogiendo comida de los negocios locales para llevársela a los «viejitos».
En una impactante escena, Albeiro entra en la casa donde está una anciana encerrada con candado y la saca para bañarla. La mujer padecía un avanzado estado de demencia y su hija la tenía que dejar encerrada en la casa para evitar que algo le pudiera ocurrir.
Albeiro, junto con los otros niños que le ayudaban, se dieron cuenta de que las temperaturas de la casa improvisada se volvían insoportables durante el día, y usaron la llave que su hija dejaba escondida para bañarla en su ausencia.
Con las imágenes en mano, Tony se despidió de Albeiro y de su mamá y se dirigió a París, para empezar el montaje del documental.
La emoción en Francia
Comitti recuerda que les mostró las imágenes de Albeiro a al menos dos de sus colegas, y que apenas las vieron, se pusieron a llorar.
«Y estábamos esperando una reacción fuerte de nuestro público, pero lo que pasó fue insólito», recuerda el periodista.
La cadena recibió al menos 200 llamadas de personas que querían proveer ayuda al pequeño «ángel del norte», el «niño que había cambiado los juguetes por ayudar a los ancianos».
Una de las donaciones más grandes vino de parte de una mujer que, según recuerda Comitti, «decidió entregar lo que tenía, porque era viuda y no tenía hijos ni nadie más a quién dárselo».
El programa además generó un furor en la audiencia, que quería conocer personalmente a ese niño que vivía tantas dificultades y hacía tanto bien a su comunidad.
Comitti recuerda amargamente ese momento, y asegura que rechazó la idea del canal de llevarlo al niño y a su madre a Francia para que hicieran la acostumbrada gira de medios de los fenómenos de moda:
«Yo les dije que no, ese no era mi trabajo. Yo soy periodista y eso me parecía terrible».
El viaje ocurrió igual sin la participación de Comitti, y lo que él temía que ocurriera, ocurrió, según recuerda Albeiro: «La gente me decía Alberro, Alberrito, Albergo. Y la gente quería tocarme y yo no entendía qué estaba pasando».
«Recuerdo que me cambiaron de hotel, me cambiaron de nombre porque muchos periodistas querían presentar la primicia. Querían ver al Ángel de Colombia y este canal de televisión me tenía en una burbuja. Eso era una cosa impresionante».
La Fundación Albeiro Vargas y Ángeles Custodios
Un tiempo después de su regreso a Colombia, Albeiro recibió una invitación de la embajada de Francia para que le entregaran un cheque simbólico con los fondos que los franceses habían donado luego de ver el documental.
Simbólico porque Albeiro sólo podría acceder a los fondos cuando cumpliera la mayoría de edad.
«Le pregunté yo a un amigo: ‘Oiga, en Bogotá me van a dar un cheque simbólico’. Y él me dijo: ‘Bobo, lo van a robar, simbólico es de mentiras, falso'», recuerda Albeiro.
«Estaba el director del canal de televisión que vino desde Francia. Estaba la esposa del presidente de Colombia y todo el mundo ahí me dice: ‘Albeiro, sonríe a las cámaras que te vamos a entregar un cheque’. Y yo les dije: ‘No, señores, a mí me dan el efectivo, a mi no me van a robar'».
Cuando le explicaron que podría acceder al dinero cuando cumpliera 18 años, Albeiro les respondió: «Pues entonces a mí ni me importa ni me interesa porque cuando yo tenga 18, los viejitos ya se van a haber muerto de frío y de hambre».
La respuesta dejó a todos en silencio.
Mediante un acuerdo según el cual tanto su mamá como el embajador fueron los tutores del dinero, Albeiro pudo seguir a cabo sus labores, y empezar a pensar en expandir.
Uno de los primeros proyectos -a los 14 años de edad- fue la compra de una casa abandonada cerca de Bucaramanga, la cual se ha ido expandiendo y hoy acoge a casi 500 ancianos y ancianas de las zonas aledañas en situación de pobreza.
La Fundación Albeiro Vargas y Ángeles Custodios además se ha asociado con los 56 asilos de ancianos que hay en Santander para capacitar a los cuidadores de 5.500 ancianos desprotegidos en la región.
No solo eso, a pesar de que muchos niños del barrio de Albeiro se perdieron en los peligros de la época, algunos de los que originalmente empezaron el proyecto aún trabajan con él.
«Hay un grupo de trabajo de 90 empleados y no somos suficientes», dice Albeiro, haciendo énfasis en que son las donaciones de las personas las que ayudan a mantener a la fundación en funcionamiento.
El periodista Comitti dice que tiene una foto del pequeño Albeiro a la entrada de su productora en Francia, ya que la compañía existe gracias al documental del «ángel del norte».
«Es increíble a veces cómo una persona puede impactar tantas vidas», dice Comitti analizando el caso de Albeiro.
Pero para Albeiro no es increíble.
«Si hay algo para decir de mí, es que soy terco, pero es una terquedad justa, por defender los derechos de las personas de la tercera edad. Creo que es lo que me mantiene hoy, 39 años después, diciendo sí se puede, sí se puede cambiar el mundo».
«Sí se puede hacer cosas diferentes, porque definitivamente querer es poder».