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Este domingo ocurrió un hecho histórico en China: el 20º Congreso del Partido Comunista (PCCh), que se reúne cada cinco años para decidir quién liderará al gigante asiático, le dió un inédito tercer mandato consecutivo al actual mandatario, Xi Jinping.
Esta decisión, sumada a la reforma constitucional que abolió en 2018 el límite de dos mandatos que existía para ejercer la presidencia del país, reforzará aún más el control de Xi sobre China, convirtiéndolo, según muchos expertos, en el líder más poderoso desde el fundador de la República Popular China, Mao Zedong.
Una de las primeras promesas que hizo Xi cuando fue electo sorpresivamente al cargo de secretario general hace diez años fue asegurar que el PCCh no sufrirá el mismo destino que el Partido Comunista de la Unión Soviética (URSS), que colapsó en 1991.
La disolución de la URSS, que hasta su caída había sido considerada un ejemplo para China, le generó pesadillas a más de un líder chino, pero a pocos obsesionó tanto como a Xi.
«Xi Jinping nació en 1953 y en esa época el eslogan de propaganda más usado en China era: ‘La Unión Soviética de hoy es la China de mañana'», señala a BBC Mundo Joseph Torigian, profesor asistente de la Escuela de Servicio Internacional de la American University en Washington, Estados Unidos.
«Uno de los primeros y más importantes discursos que dio Xi al asumir fue sobre el colapso de la Unión Soviética«, señaló el académico, experto en política rusa y china. Xi lo llamó «una historia con moraleja».
En esta nota analizaremos tres de las principales lecciones que aprendió Xi del derrumbe soviético y cómo le han permitido mantenerse como el líder más longevo del PCCh desde Mao.
1. Fortalecer al partido
En el discurso que dio Xi ante los líderes del PCCh -que fue filtrado y es frecuentemente citado- atribuyó la caída de la URSS al colapso de la disciplina partidaria y a la falta de control ideológico.
«¿Por qué se desintegró la Unión Soviética? ¿Por qué colapsó el Partido Comunista Soviético?», se reporta que preguntó retóricamente a sus colegas. «Una razón importante fue que sus ideales y convicciones vacilaron», razonó.
«Proporcionalmente, el Partido Comunista Soviético tenía más miembros que nosotros», señaló en referencia a los 20 millones de afiliados soviéticos.
Sin embargo -dijo- cuando el entonces líder de la URSS Mijaíl Gorbachov decidió introducir reformas que llevarían al colapso del sistema soviético, nadie se opuso.
«Finalmente todo lo que se necesitó fue una silenciosa palabra de Gorbachov para declarar la disolución del Partido Comunista Soviético y un gran partido dejó de existir«, dijo Xi, según trascendió.
«Al final nadie fue un hombre de verdad. Nadie salió a resistir», criticó.
El 1 de julio de 2021, durante un discurso para celebrar los 100 años del PCCh, Xi -quien ha hablado poco en público durante su década en el poder- reiteró la importancia del partido.
«El partido es la columna vertebral de China», dijo. «El éxito de China depende del partido«.
En una nota en el histórico periódico asiático Nikkei Asia, el periodista japonés Katsuji Nakazawa observó que «establecer el gobierno absoluto del partido -su receta para evitar que China siga el camino de la Unión Soviética- ha sido la única política a la que Xi se ha apegado ferozmente durante su mandato».
Uno de los primeros pasos que tomó Xi al asumir fue establecer varios «pequeños grupos» dentro del Comité Central del partido, que se convertirían en los principales órganos de formulación de políticas del país.
El propio Xi se convirtió en jefe de estos nuevos grupos. Así, concentró el poder en sus manos mientras debilitaba los poderes del Consejo de Estado, el gobierno nacional presidido por el primer ministro Li Keqiang, el rival político de Xi.
Como resultado, incluso las políticas macroeconómicas que tradicionalmente estaban bajo la jurisdicción del primer ministro cayeron gradualmente bajo su control.
Otra de las recetas que aplicó desde el comienzo con la intención expresa de fortalecer al partido y evitar que se desintegre, fue realizar masivas campañas anticorrupción.
En su discurso de apertura del 20º Congreso del PCCh, el pasado domingo, aseguró que su gobierno había «eliminado serios peligros ocultos en el partido» gracias a esta política.
Sin embargo, muchos observadores consideran que las campañas en realidad son purgas que le han permitido consolidar su poder, eliminando a posibles rivales.
Cientos de miles de funcionarios comunistas han sido acusados de corrupción, lo que le ha permitido a Xi reformar el partido a la vez que afirma su supremacía sobre el PCCh.
«Todos los esfuerzos de Xi -aumentar los controles ideológicos, reafirmar el dominio del partido en todo el Estado y la sociedad por igual y hacer que Pekín vuelva al gobierno de un solo hombre- tienen como objetivo alejar a China de un destino similar (al de la Unión Soviética)», le dijo recientemente al diario The New York Times Carl Minzner, autor de «Fin de una era: cómo el renacimiento autoritario de China está socavando su ascenso»
Minzner, quien también es miembro del think tank estadounidense Consejo de Relaciones Exteriores, consideró que se trata de una paradoja, ya que, mientras que Xi criticó a los comunistas soviéticos por permitirle a Gorbachov decidir por sí solo la desintegración de la URSS, su concentración de poder y culto a la personalidad, que remite a la época de Mao, están yendo en igual dirección.
«La triste ironía es que el curso que Xi ha elegido ahora corre el riesgo de llevar a China directamente de regreso a la inestabilidad de su propio pasado maoísta o al presente de Rusia, con políticas que giran bruscamente por el capricho de un único líder», opinó.
2. Poder militar
Otra vital lección que aprendió el presidente chino del colapso del Partido Comunista soviético fue la importancia de tener un brazo militar fuerte y leal.
«Xi cree que es clave que el partido tenga el control de las fuerzas armadas», dice Torigian. «Para que, si hay una crisis, como la que hubo en 1989 con la rebelión en la plaza Tiananmen, se pueda resolver usando la violencia».
Así como considera que fortalece al partido concentrando el poder en sus manos, ha aplicado la misma lógica con el poderoso Ejército Popular de Liberación (EPL), las fuerzas armadas de la República Popular China, dice el experto.
«Si bien no tiene una autoridad natural sobre el EPL, como tenían Mao Zedong y Deng Xiaoping, que eran líderes famosos durante la revolución, por muchos años Xi Jinping se ha dedicado a desarrollar lazos con los militares, promoviendo a personas que le son cercanas, y también un aparato de propaganda que constantemente le recuerda al EPL que él es el líder central», afirma.
Según Torigian «Xi se ve a sí mismo como el garante final de la estabilidad del régimen y necesita tener el control del EPL en caso de que haya amenazas contra el régimen, ya sea internas o externas».
Es justamente su control sobre la «santísima trinidad comunista» -el Partido, el Estado y las Fuerzas Armadas- lo que hace que muchos analistas consideran a Xi el líder más poderoso desde Mao.
Xi no solo ha reafirmado el poder sobre el EPL, también lo ha fortalecido, ampliando su presupuesto, creando regiones militares, aumentando la cantidad de ejercicios militares en preparación a una posible guerra y expandiendo el arsenal nuclear, algo que ha generado mucha preocupación en Occidente, señala Torigian.
Todo esto va a en línea con otro de los principios rectores que aprendió del colapso soviético: «Un país fuerte debe tener un ejército fuerte, pues sólo así puede garantizar la seguridad de la nación», como dijo durante su discurso por los 100 años del PCCh.
El pasado domingo reiteró este mensaje, afirmando que el objetivo del partido es «construir un ejército fuerte en la nueva era«.
Según analistas de la BBC, Xi se refirió más de 70 veces a la «seguridad» durante su mensaje, que también incluyó advertencias a Taiwán, país que China reclama como propio.
3. Suprimir la disidencia
Xi no solo aprendió de la crisis soviética que tenía que mantener el control ideológico y político del partido y de las fuerzas armadas.
Ver cómo lo que en ese momento era el país más grande del mundo se dividió, tras el colapso comunista, en un gran número de naciones nuevas, le enseñó que para garantizar la unidad china tenía que eliminar todo tipo de disidencia, tanto interna como externa, dicen los observadores.
Por ello se ha mostrado inflexible, no solo con Taiwán -«La reunificación completa de nuestro país debe y será realizada», advirtió el domingo- o con Hong Kong, territorio que volvió a manos chinas en 1997 pero donde Pekín impuso una severa ley de seguridad nacional para acallar las manifestaciones prodemocráticas.
También reprime internamente a la comunidad uigur, encerrando a miles de miembros de esta etnia musulmana en centros de detención en la provincia de Xinjiang, una persecución que según un informe de la Organización de Naciones Unidas (ONU) «podría constituir crímenes internacionales, en particular crímenes contra la humanidad».
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Incluso ha reforzado su control sobre el sector privado en los últimos años, apuntando a industrias como la tecnología y la educación privada.
Según sus críticos, la pandemia de coronavirus y la política de «covid cero» le han dado a Xi y al PCCh una justificación para aislar a China del mundo, excluyendo no solo al virus sino también las influencias extranjeras que podrían socavar el mensaje comunista.
En tanto, la creación de lo que se conoce como el «Gran Firewall Chino» -tecnología estatal que vigila el ciberespacio y bloquea el acceso a sitios occidentales, incluidos Facebook, Google, Twitter y Wikipedia- le ha permitido al líder chino controlar la diseminación de información, extendiendo la censura que ya existía en los medios tradicionales al mundo digital.
Esto buscaría evitar que en China ocurra una glasnost, como se conoció a la política de apertura de Gorbachov que puso fin a décadas de censura soviética, llevando a muchos habitantes a cuestionar a las autoridades.