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Que las personas emitimos componentes químicos -al respirar o al transpirar, por ejemplo- era algo que se sabía. Que podemos transformar otras sustancias y, en el camino, «limpiar» nuestro entorno, no.
Eso es precisamente lo que ha descubierto un grupo de científicos del Instituto Mak Planck de Química (Alemania) junto a investigadores de Estados Unidos y Dinamarca: tenemos un «campo de oxidación» que cambia la química a nuestro alrededor.
Tanto en el exterior como dentro de nuestras casas, en el transporte o el trabajo estamos expuestos a multitud de químicos y contaminantes. Desde pinturas, emisiones de gases o incluso lo que producimos con actividades como cocinar o limpiar.
En el exterior, estos productos químicos suelen desaparecer de modo natural. ¿Cómo? Con una fórmula infalible: rayos ultravioleta, provenientes del sol, vapor de agua y ozono.
Cuando estos tres componentes entran en contacto, se producen radicales hidroxilo (OH), unas moléculas muy reactivas responsables en gran parte de la «limpieza química» del entorno. Por ello les suelen llamar «detergentes» de la atmósfera.
Pero en interiores es más complicado que haya una alta concentración de radicales OH y es el ozono que se filtra desde el exterior el que hace que los componentes químicos del aire se oxiden.
O eso se creía hasta ahora.
Un estudio novedoso
«Siempre nos hemos centrado en entender cómo se limpia la atmósfera, un mecanismo asombroso que entendemos bastante bien», cuenta a BBC Mundo el profesor Jonahtan Williams, experto en química de la atmósfera del Instituto Max Plank y quien ha liderado este nuevo estudio.
Hasta ahora, las investigaciones sobre espacios cerrados analizaban qué componentes emiten los muebles, las pinturas, las cortinas. Hasta que cayeron en cuenta en que lo único en común que tienen todos los espacios habitables es el ser humano.
«Así que pensamos en ver cómo afecta su presencia a la atmósfera en interiores».
Todo ese conocimiento, métricas y aparatos que se han usado tradicionalmente en estos estudios de la atmósfera al aire libre se aplicaron en un entorno cerrado.
«Hicimos nuestro experimento en un entorno que era ideal, controlado, porque queríamos determinar qué provenía solo de los humanos. Es la primera que se hace esto», explica a BBC Mundo la doctora en química Nora Zannoni, miembro del Instituto de Ciencias Atmosféricas y Clima de Bolonia (Italia) y primera autora de este estudio publicado en la revista Science.
Para ello, usaron una habitación hecha entera de acero inoxidable, una «cámara de control climático» donde no había nada además de las personas, dos mujeres y dos hombres, que participaban en el experimento.
«Se ve, debo decir, bastante sombrío, porque no tiene muebles, una alfombra, nada. Hasta nos aseguramos de que la ropa que llevaban los participantes se hubiera lavado con detergentes sin fragancias para aegurarnos de que no desprendían nada. Les dimos una pasta de dientes especial. Todo fue muy cuidadosamente controlado», cuenta Williams.
Hicieron pruebas a distintas temperaturas y humedades, cambiaron la ropa de los participantes para mostrar más o menos piel así como los niveles de ozono que entraban en esa cámara de metal.
A más piel expuesta, más oxidación
Tras exponer a los participantes a distintas cantidades de ozono vieron que se generaron radicales hidroxilo (OH). «Nos sorprendió porque se generó bastante, era una concentración realmente alta».
Descubrieron que el ozono reacciona con la piel humana.
«Hay un aceite que nuestra piel produce de modo natural y es lo que la mantiene flexible. Pues el ozono reacciona con uno de sus componentes principales», reseña William.
En ese momento ocurre una reacción en cadena. El ozono reacciona con el aceite de la piel, lo que produce otras moléculas en forma gaseosa que se emiten al aire y éstas, a su vez, reaccionan de nuevo con el ozono. Ahí es cuando se producen radicales OH.
Y, cuanta más piel haya expuesta, más radicales OH, los detergentes de la atmósfera, se generan.
Un «aura» a nuestro alrededor
Para entender y ver mejor cómo se veía ese campo de radicales OH a nuestro alrededor y durante el tiempo crearon un modelo cinético-químico en la Universidad de California (Irvine, EE.UU.) con otro de dinámica de fluidos hecho por la Universidad Estatal de Pensilvania (EE.UU.).
Con ambos modelos, vieron cómo variaba el campo de oxidación generado por las personas según diferentes condiciones de ventilación y ozono.
«A partir de los resultados quedó claro que los radicales OH estaban presentes, abundantes y formando fuertes gradientes espaciales», dice el estudio.
El modelo gráfico donde se visualiza el campo de oxidación se ve como una suerte de llamaradas de distintas tonalidades que se expanden desde nuestro cuerpo al exterior.
Viendo las imágenes, recuerda a lo que en algunas creencias espirituales se conoce como «aura», un campo de energía con distintos colores que nos rodea.
Una visión algo esotérica del asunto que Williams no comparte.
«Es una buena visualización de cómo se ve realmente el campo. Pero no tiene nada que ver con estas cosas que no son científicas», sostiene.
«Los gradientes (los distintos valores y, por ende, distintos colores) que vemos coinciden con la evidencia empírica de la química que medimos. Por eso tuvimos la confianza de mostrar que, alrededor del ser humano aparecía esto», subraya Williams.
Sus implicaciones a futuro
Aunque, tanto Williams como Zannoni nos cuentan que este es un primer paso, resaltan la importancia a futuro que puede tener este descubrimiento en muchos ámbitos de nuestra vida.
«En entornos reales tenemos muchas más fuentes, la química es más completa, pero ya tenemos una línea de base que podría ayudar, por ejemplo, para mitigar la acumulación y concentración de tóxicos en interiores y mejorar la calidad del aire», dice Nora Zannoni.
Aunque el estudio está centrado en química, «otro ámbito es ver qué efectos tiene en la salud de las personas y, aunque aún necesitamos más estudios, esto ya es un camino», añadió la científica.
«En lo que respecta a efectos en la salud, es algo importante, sobre todo después de la pandemia, que sabemos que todos hemos tenido que estar mucho tiempo encerrados», apunta Zannoni.
Para el estudio de materiales, pinturas, muebles y los tóxicos que contienen también puede suponer un cambio.
«Hasta ahora se hacía el test de los tóxicos de un sofá solo evaluando el sofá. Ahora se podrá evaluar con alguien sobre él, porque las emisiones del sofá te llegarán y se oxidarán en tu oxidación, se sentirán doblemente transformados de alguna manera», plantea Williams.
Zannoni señala que, aunque no es el ámbito que ellos estudian, sí se han planteado que el campo de oxidación que tenemos a nuestro alrededor podría afectar a las relaciones entre las personas.
«A menudo se habla de que una parte de nuestra comunicación es química, hay comunicación química en el intercambio interpersonal. Entonces, si cada uno tiene este campo de oxidación, dependiendo de cómo se desarrolle, puede afectar al campo del otro», dice Zannoni.
«Puede ser que impacte en la funciones sensitivas de cada uno en cierto modo», concluye.