FUENTE: INFOBAE.
Expertos de Estados Unidos analizaron las autopsias de 44 personas que fallecieron a causa del SARS-CoV-2 y que no estaban vacunadas. Encontraron rastros virales en 84 partes del organismo, especialmente en el cerebro
Pasaron casi tres años desde que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró la pandemia por el COVID-19. Desde entonces, la humanidad fue conociendo las diferentes manifestaciones de este virus, que demostró ampliamente su capacidad de evolución a través de nuevas subvariantes y otras características. Afortunadamente, la ciencia viene avanzando paulatinamente en nuevos datos sobre esta patología que dejó al mundo en vilo. En ese sentido, recientemente, hubo sendos hallazgos relacionados a los efectos del SARS-CoV-2 en otras partes del cuerpo, más allá del sistema respiratorio.
En este caso, un grupo de expertos de los Institutos Nacionales de Salud (NIH, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos encontró que el virus se puede propagar por todo el organismo, incluido el cerebro, y que, en algunos cuadros, puede permanecer hasta ocho meses en el cuerpo. “Demostramos la replicación del virus en múltiples sitios no respiratorios durante las dos primeras semanas posteriores al inicio de los síntomas”, señalaron los investigadores en el trabajo, que fue publicado en la revista científica Nature.
Para llegar a estas conclusiones, los científicos estadounidenses analizaron muestras de tejido en el sistema nervioso de las autopsias de 44 personas que fallecieron por COVID y que no estaban vacunadas contra el virus. Posteriormente, observaron que el SARS-CoV2 dañó principalmente los pulmones y las vías respiratorias, pero también hallaron rastros virales en 84 lugares distintos del organismo, como por ejemplo el hipotálamo, el cerebelo, la médula espinal y los ganglios basales.
Diversos trabajos científicos han alertado sobre los efectos del COVID-19 en el cerebro (Getty)
“Nuestro enfoque en intervalos post mortem (NdeR: después de la muerte de la persona) cortos, un enfoque estandarizado integral para la recolección de tejidos, la disección del cerebro antes de la fijación, la preservación del tejido en ARN más tarde y la congelación instantánea de tejido fresco nos permitieron detectar y cuantificar los niveles de ARN del SARS-CoV-2 con alta sensibilidad, así como aislar el virus en cultivo celular de múltiples tejidos no respiratorios, incluido el cerebro, que son diferencias notables en comparación con otros estudios”, profundizaron en el estudio.
La relación con el COVID prolongado
No es la primera vez que se estudian los efectos del virus en el tejido cerebral. De hecho, recientemente, un grupo de investigadores de la Escuela de Medicina de Harvard encontró que algunos pacientes que sufrieron infecciones graves por SARS-CoV-2 experimentaron signos de envejecimiento en algunas partes del cerebro.
“El envejecimiento es un factor de riesgo importante para el desarrollo de déficits cognitivos y de enfermedades neurodegenerativas. Aunque los cambios moleculares en el cerebro tras el COVID-19 no pueden evaluarse fácilmente en individuos recuperados, nuestros datos sugieren que el COVID-19 severo induce el envejecimiento prematuro en el cerebro humano, particularmente entre los individuos más jóvenes”, explicaron en el trabajo, que fue publicado en la revista Nature Aging.
Los expertos de Harvard señalaron al COVID prolongado -relacionado a síntomas persistentes de la enfermedad- como una de las explicaciones de este hallazgo. “Nuestros resultados implican que, a largo plazo, se pueden observar mayores tasas de deterioro cognitivo y de trastornos neurodegenerativos entre los pacientes con el virus″, afirmaron.
Para lograr estos resultados, los científicos analizaron el tejido cerebral de 21 personas que murieron a causa del SARS-CoV-2, y lo compararon con 22 muestras de individuos que fallecieron por otros motivos y que nunca tuvieron el virus. Luego, cotejaron estos hallazgos con otras pruebas realizadas en pacientes fallecidos que nunca tuvieron COVID-19, pero que debieron pasar sus últimos días con respirador artificial, una intervención que, según los expertos de Harvard, causa efectos secundarios negativos.
“Ningún estudio ha demostrado aún las sorprendentes y profundas similitudes de los perfiles transcriptómicos (NdR: expresión de genes en un tejido y en un momento determinado) entre la enfermedad de COVID-19 y el envejecimiento en el cerebro humano”, detallaron.
Un estudio científico anterior, que fue realizado por investigadores de la Universidad de Cambridge y del Imperial College de Londres, mostró que las secuelas cognitivas de la infección grave por COVID-19 pueden asemejarse a las que genera el envejecimiento habitual de los seres humanos entre los 50 y los 70 años. A su vez, este trabajo encontró que, aproximadamente, una de cada siete personas tuvo síntomas que incluían dificultades cognitivas hasta 12 semanas después del contagio.
Según los expertos, la niebla y el cansancio mental son dos de las manifestaciones del COVID-19 en el cerebro
Uno de los autores a cargo de la investigación, David Menon, que integra la división de Anestesia de la Universidad de Cambridge, consideró: “El daño cognitivo es común a una amplia gama de trastornos neurológicos, incluida la demencia e incluso el envejecimiento habitual. Sin embargo, por los patrones que vimos, el deterioro cognitivo como huella digital de COVID-19 es distinto de todas las anteriores”.
En ese marco, anteriormente, el doctor Julián Bustin, jefe de la Clínica de Memoria y Gerontopsiquiatría de INECO, le había explicado a Infobae: “Vemos en el consultorio cada vez más secuelas neuropsiquiátricas del COVID. Esos síntomas pueden aparecer hasta 12 semanas después de tener la infección. Son síntomas prolongados que se dan hasta en un 33% de las personas que tuvieron COVID, como depresión, ansiedad, trastornos por estrés postraumático, problemas de sueño y niebla mental, que es la sensación de fatiga o cansancio mental, que hace difícil concentrarse y realizar las actividades de la vida diaria. Esto empeora cuando hacemos actividades, pero no necesariamente mejora cuando hacemos reposo”.